Extracto de la
Conferencia de Bert Hellinger en Dornbirn, 13 de marzo de 2005
La experiencia Divina como experiencia de vida
Si tomamos estos
pensamientos con el corazón entonces experimentaremos a Dios en la vida, a
través de nuestra vida, tal como ella es. En ese momento la experiencia de vida
se convertirá en una experiencia divina. Tal vez, como corolario, sea incluso
posible decir: la experiencia divina es lo mismo que la experiencia de vida.
Solamente en nuestra experiencia de vida experimentamos realmente a
Dios. Cuando nos entregamos a la vida, a todo lo que vive y sucede en
nosotros, entonces percibimos que esa vida viene de algún otro lugar. Ella no
viene de nosotros. Tampoco viene de nuestros padres, ella sólo viene a través
de los padres.
Cuando yo miro la vida como un todo y cuando miro al cosmos hasta donde están las galaxias más lejanas: ¿Dónde es para nosotros lo espiritual, lo creativo más perceptible y concentrado que en la vida? Aquí en la vida nosotros experimentamos, cuando nos abrimos, a Dios.
Cuando yo lo tomo con seriedad en toda vida encuentro a Dios. Cuando encuentro a alguien, en mí, en mi vida, Dios lo encuentra a él. Cuando alguien me encuentra a mí, más allá de cómo suceda, por el simple hecho de estar vivo, en su vida me encuentra Dios. Pero no solamente en la vida humana, en toda vida me encuentra Dios. Pues en él vivimos nosotros, nos movemos y somos.
Cuando yo miro la vida como un todo y cuando miro al cosmos hasta donde están las galaxias más lejanas: ¿Dónde es para nosotros lo espiritual, lo creativo más perceptible y concentrado que en la vida? Aquí en la vida nosotros experimentamos, cuando nos abrimos, a Dios.
Cuando yo lo tomo con seriedad en toda vida encuentro a Dios. Cuando encuentro a alguien, en mí, en mi vida, Dios lo encuentra a él. Cuando alguien me encuentra a mí, más allá de cómo suceda, por el simple hecho de estar vivo, en su vida me encuentra Dios. Pero no solamente en la vida humana, en toda vida me encuentra Dios. Pues en él vivimos nosotros, nos movemos y somos.
La vida
Yo viví largo tiempo en
Africa como misionero con los zulúes. Allí algo me llamó la atención. Cuando un
zulú se encuentra con otro dice “sakubona”. Esto quiere decir: “yo te he
visto”. El otro contesta con las mismas palabras: “sakubona”. “Yo también te he
visto”. Ahora, sinosotros en
una situación como esa proseguimos con la conversación por lo general
preguntamos: ¿Cómo estás tú? Los zulúes en cambio preguntan algo completamente
diferente. Ellos preguntan: ¿usaphila? “¿Estás todavía vivo?” Y el otro
responde: “ngiyakhona”, “todavía estoy aquí”. ¡Cuánta veneración por la
vida! ¿Qué experiencia divina cuando permanentemente se tiene a la vida
frente a los ojos como algo valioso y así se la vive? A veces los zulúes
permanecen sentados durante horas. Están simplemente sentados y miran a su
alrededor, sin hacer absolutamente nada. Entonces vengo yo y le pregunto a uno:
“¿no te aburres?” Y él me contesta: “¡todavía estoy vivo”! El está pleno de
vida y –podemos decirlo así- pleno de Dios. Esto que dije hasta ahora
sería el final de mi conferencia, hacia donde todo confluye.
Hombre y mujer
Avanzo un poco más
dando vueltas a la torre añeja y miro al hombre y la mujer. En el amor del
hombre y la mujer, en su profunda fusión el amor alcanza su plenitud, su mayor
concentración, su punto más alto y la totalidad de su fuerza. Esa consumación
es divina. Cuando esa consumación es deseada como divina y actuada como tal se
convierte en el encuentro humano de mayor profundidad. Es también el encuentro
más espiritual, el encuentro religioso de mayor profundidad. Con todo lo que le
pertenece, especialmente su pasión, este encuentro es divino. Pues esa pasión
ha dejado de estar en nuestras manos y es justamente lo que muestra que ella
viene de otro lado – a saber, de Dios. Este es para nosotros un bello
pensamiento divino. Pero yo le agrego algo más. Muchas personas tienen con
su pareja una expectativa como si se tratase de Dios, parecida a la que
nosotros teníamos con nuestra madre cuando éramos niños. “¡Pobre pareja!” Y
también aquí puedo decir: “¡Pobre Dios!”. ¿Qué deberíamos hacer para
honrar a Dios y a nuestra pareja? Dejamos a nuestra pareja en la tierra y le
permitimos ser común y corriente. Justamente porque él es común y corriente,
con sus errores y su propio origen y su propio destino es quien está más cerca
de Dios y de nosotros. En ese momento el amor entre el hombre y la mujer tiene
otra oportunidad. Ese amor será sereno e indulgente. En esa indulgente
tranquilidad ambos se alegran mutuamente. ¿De qué se alegra uno? En el otro
también nos alegramos de Dios, de forma común y corriente encarnado en otra
persona. Este es también un bello pensamiento divino. Como ustedes ven,
estos pensamientos divinos tienen una buena influencia. Ellos no afectan a
Dios, de ninguna manera lo ofenden. Pero sí son buenos para
nosotros. Okay, esta fue mi conferencia. Yo tendría mucho más para decir. Pero
creo que ahora se hace necesaria una pausa. Después podrán hacer preguntas, yo
tomaré algunos de esos temas y los desarrollaré para que esta velada sea para
todos nosotros redonda y plena.
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